PALABRAS Y LBERTAD

                    El asesinato está mal. Desde todos los puntos de vista. Da igual que el asesino sea buena o mala persona. Da igual que la víctima sea buena o mala persona. Perogrulladas, sí, pero vivimos en una época que hay que repetir perogrulladas en voz alta porque las certezas notoriamente sabidas ya no lo son tanto. Ni certezas ni sabidas.

El asesinato está mal no sólo porque lo digan las leyes o las religiones, sino porque es una verdad ética y absoluta. Y, para ser específico, con asesinato me refiero a dispararle en la cabeza a un civil que no representa de manera directa e inmediata una amenaza clara para la vida de otra persona, por ejemplo.

Charlie Kirk fue asesinado ayer en el campus de la universidad de Utah. Las circunstancias aún no están claras: quién, porqué, cómo. La verdad -la contrastada y aceptada por la mayoría- se irá aclarando con el paso del tiempo, más claridad mientras más tiempo pase, como siempre. Lo que realmente me sorprende esta mañana son los miles y miles de posts de personas justificándolo de una u otra manera o, incluso, abiertamente celebrándolo.

Siempre ha habido tontos, lo sabemos. La única diferencia es que no siempre los tontos tenían plataformas para expresar sus ideas tontas. Y con plataformas no sólo me refiero a las redes sociales o a los canales de YouTube o de cualquiera que sea la plataforma que triunfa hoy. Los medios “serios” que hasta hace poco se dibujaban a sí mismos como la contención, la serenidad, la información contrastada, profunda e imparcial se han contagiado de la mediocridad. La inmediatez le ha ganado hace ya tiempo la partida a la profundidad, los parlamentos rotundos y vacíos a las ideas reposadas y profundas, el grito a la razón.

Charlie Kirk tenía una percepción del mundo y la defendía. Con palabras, con argumentos. Si has visto algunas de sus numerosísimas intervenciones seguramente has podido contrastar que no era un bravucón ni imponía su punto de vista. La explicaba, la desglosaba, daba datos, citaba a unos y otros. Y escuchaba. Y debatía. Y a veces convencía.

Charlie Kirk no había matado a nadie, no había abogado por la muerte de nadie, no había expresado públicamente la muerte de nadie. Era más bien un cristiano a la vieja usanza, una especie de predicador de sus puntos de vistas.

No sé si era buena o mala persona, personalmente no creo que tuviera una visión del mundo similar a la mía. Los que sí sé que son malas personas son quienes justifican o celebran su asesinato.

Eran solo palabras y libertad. 

 


 

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